-Baladas para un atraco-
DAD 2023
-⭐⭐⭐★-
El 1 de marzo de 1986, Clark Olofsson cumplía condena en una prisión belga. Aquella mañana estaba eufórico porque al fin se iban a publicar sus memorias y eso le proporcionaría la fama mundial que ansiaba. Como un cruce entre Jim Morrison —sin la música— y Ted Bundy —sin la depravación—, guapo, hedonista y dotado con un encanto innato, Olofsson ya gozaba de reconocimiento en su país natal, Suecia, sobre todo gracias a su participación en el célebre atraco de Norrmalmstorg, en agosto de 1973. This charming man pasó seis días en el interior del Kreditbanken, situado en unala céntrica plaza de Estocolmo, con su compinche y los cuatro rehenes del atraco —dos mujeres y dos hombres—, y se lo pasaron pipa: comieron, bebieron, bailaron y follaron ante el estupor de la policía. Una de las rehenes llamó al primer ministro Olof Palme para decirle que ordenara a su estúpida policía su puesta en libertad, la de ellos y la de los dos atracadores. Así nació lo que se conocería como síndrome de Estocolmo.
En realidad, el término no se consolidó hasta un tiempo después. En 1974, Patty Hearst, nieta de un multimillonario estadounidense, fue secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación, una pequeña organización de extrema izquierda. El magnate pagó el rescate, consistente en el reparto de comida entre la población más pobre de California por valor de seis millones de dólares, pero Patty no volvió a casa. Al abuelo se le quedó cara de bobo cuando vio una fotografía de su nieta de 19 años armada con un fusil AK-47 durante el atraco a un banco: Patty se había unido al ESL, decidida a hacer la revolución. Su sueño se vio frustrado cuando la capturaron al año siguiente.
En 1976, se celebró su juicio. La defensa trató de argüir el síndrome de Estocolmo para conseguir su absolución, aunque sin éxito. Sin embargo, poco después, aquel nuevo trastorno psicológico estaba en boca de todo el mundo.
Para entonces, a Clark Olofsson le comía la rabia. No es que le importara que su hazaña hubiera acabado dándole nombre a una patología; lo que le molestaba es que esta no llevara su apellido: el síndrome de Olofsson. Para colmo, la gente no lo relacionaba con él sino con una mocosa revolucionaria pija y arrepentida. Por eso, aquel 1 de marzo de 1986 se despertó creyendo que al fin había llegado su momento de gloria; aunque aún no había cumplido los 40, el libro en el que narraba una existencia consagrada a las estafas, los atracos a bancos y otros robos y, sobre todo, a ser un vividor, estaba terminado y listo para ser publicado. Ese día iba a firmar el contrato, el libro sería un best seller y él se haría famoso en el mundo entero. Seguramente habría una película; estuvo pensando en qué papel podría interpretar. Entonces llegó la visita que esperaba. Su editora venía desde Suecia, y enseguida le dio una noticia que le sentó como un puñetazo en el estómago: la noche anterior Olof Palme había sido asesinado. El país entero estaba conmocionado y de luto por el respetado estadista acribillado cobardemente en la calle mientras paseaba con su esposa.
En consecuencia, a nadie le interesaban ahora las andanzas de un delincuente que se comportaba como una estrella de rock. La editorial echaba humo tratando de acelerar la publicación de un volumen que recopilara los mejores discursos del Primer Ministro interfecto. El libro de Olofsson se quedaba en un cajón sin ser publicado.
Los criminales que quieren ser famosos tienen algo en común con los cantantes que tienen demasiada prisa por convertirse en estrellas: a ambos se les nota demasiado, y por ello se les suele acabar pillando.
II
La Mancha, algún lugar, 2022.
Los señores J y F llevan décadas escribiendo canciones, muchas canciones. Algunas de ellas se cuentan entre las más preciosas escritas nunca en español. Y aún les quedan muchas por escribir. Nunca se han hecho ricos con la música, tal vez afortunadamente. Pero ahora planean un retiro digno, para cuando se hagan viejos. No les quiero destripar el plan, para eso tienen esta joya de álbum entre las manos. Pero sí quiero acuñar un término. Esto es el síndrome de Albacete:
Muchos criminales siguen estos pasos: primero delinquen, lo hacen una y otra vez, luego van presos y finalmente buscan redimirse escribiendo un libro, abrazando alguna fe o estudiando derecho.
El síndrome de Albacete implica el camino inverso, que empieza con una vida consagrada a escribir canciones y termina con el atraco a un banco. Esta transición se produce de forma natural, por extraño que parezca. Para entender este punto conviene observar los paralelismos que presentan acciones que, a priori, nos pueden parecer muy diferentes.
Pocas cosas desprenden una belleza tan parecida como las canciones y los atracos a bancos. Se podría decir que ambos son, en esencia, actos de amor. De muchas canciones emana una suerte de justicia social; de los atracos, una justicia poética. Y viceversa.
Las canciones se escriben desde la intimidad, pero ocurre a menudo que brillan más cuando las interpreta una banda. Los atracos pueden perpetrarse en soledad, pero cuando interviene toda una banda de atracadores pueden rozar la perfección.
Los atracadores suelen utilizar armas, aunque a veces estas son de juguete. Las canciones se interpretan con instrumentos musicales, y a veces son de juguete.
Hay gente presa por haber atracado un banco. Hay gente presa por cantar una canción.
Los nervios antes de entrar en acción, el nudo en el estómago, las palpitaciones, el miedo a que algo salga mal, a que falle una sola pieza y lo eche todo a perder, la ansiedad paralizante, la sensación de peligro, de que cualquier cosa podría ocurrir en los siguientes minutos…
E inmediatamente, cuando comienza la acción, comprobar cómo se disipa todo lo anterior y aparece la adrenalina, la emoción del momento y la certeza de que ya no hay vuelta atrás y de que hay que seguir hasta el final pase lo que pase. Es lo que sucede antes y durante una actuación en directo. Una sintomatología análoga a la que padecen los atracadores cuando se disponen a entrar al banco y una vez que comienza el atraco. En ambos casos se trata de un espectáculo.
En el síndrome de Albacete, finalmente, no ocurre que los rehenes simpatizan con los atracadores, sencillamente porque no hay rehenes. Hay público, como en los conciertos cuando este forma parte activa de las canciones que están sonando, las reinterpreta, deja que le emocionen o que le perturben, baila, llora o ríe con ellas. En el SdA no hay rehenes porque la gente se une a los atracadores y sucede lo mismo que cuando una canción es cantada a coro por toda una audiencia. Son atracos corales.
No, nunca se es demasiado viejo para escribir una canción ni para atracar un banco. Y así como le cantamos a lo que nos duele, atracamos aquello que nos hace daño.
Y ahora escuchen, pues lo bueno está a punto de empezar.
Joaquín Pascual, "Baladas para un atraco".
💰
El plan
La noche previa
El atraco
Un final abierto
Balada intergaláctica
El accidente
Una cruz clavada
El presente
Empezar de cero como si nada
Lo bueno
ESCUCHAR - DECARGAR - COMPRAR